LA PLAGA

VIOLETA VOLLMER

“Puede parecer una idea ridícula, pero la única manera de combatir la plaga es la decencia"
(Albert Camus, La peste)

En La Plaga I-II-III, Violeta Vollmer centra su laboriosa producción visual en torno a las incisivas plagas de langostas que suelen acechar en forma de enjambre vastos territorios y desiertos. Su obra nos obliga a transitar un camino de reflexiones que parte del descubrimiento de las características propias de la especie, pasa por las relaciones simbólicas posibles entre hombres e insectos y finalmente cuestiona el puesto del hombre en el cosmos pandémico.


Las langostas son saltamontes que desarrollan características gregarias en condiciones ambientales adecuadas formando un grupo organizado. El saltamontes tiene patas y alas alargadas, salta, camina y se alimenta sin prisa. Las langostas se mueven en grandes masas, saltan rápido, tienen patas cortas y pueden asolar campos en poco tiempo. Los saltamontes y las langostas no son lo mismo pero pertenecen, sin embargo, a la misma especie. Sorprendentemente, hay más de once mil tipos de saltamontes y algunos no cambian nunca. Pero ante condiciones específicas –cambio climático, sequía, escasez de comida, superpoblación- un grupo puede convertirse en langostas. Esa transición de la fase solitaria a la fase gregaria se desencadena, llamativamente, por la secreción de la hormona serotonina (relacionada usualmente con el estado anímico en los humanos). Estos insectos, velozmente y en un corto período de tiempo, pueden cambiar su apariencia física y su comportamiento: cambian de color, se les acortan las patas y les crece el cerebro para enfrentar situaciones de mayor complejidad.


Cuando las langostas abandonan su fase solitaria como saltamontes y se reproducen a ritmos elevados, se presentan agrupados, en forma de bandas si se trata de individuos jóvenes sin alas, o en forma de enjambres si son adultos alados. En sus enjambres, las langostas se mueven vorazmente y este movimiento causa daños extensos a los cultivos. Una nube de langostas de un kilómetro cuadrado, es decir formado por 40 a 80 millones de langostas, puede consumir en un solo día los alimentos suficientes para alimentar a 35 mil personas en ese tiempo.


En la literatura universal estos insectos aparecen como seres amenazantes, origen de inmensas pérdidas materiales y portadores de enfermedades. Los egipcios tallaron langostas en las tumbas construidas en torno a los 2000 a. C.; en la Biblia, en el Libro del Éxodo, se menciona una invasión que tuvo lugar en Egipto alrededor de 1446 a. C. Allí se narra que las langostas que aparecieron una “mañana y cubrieron súbitamente toda la tierra [...], eran tantas que se oscureció el día y no se veía nada. Se comieron toda la hierba de la tierra, todos los frutos de los árboles [...] y no quedo nada verde”.

Otras fuentes antiguas registraron más de estas invasiones repentinas y sus consecuencias nefastas en los campos, como las Etimologías de San Isidoro de Sevilla, el Liber de Natura Rerum de Thomas de Cantimpré y el Hayat al-Hayawan de Muhammad Ibn Musa Al-Damiri. Los griegos en La Ilíada mencionan enjambres de langostas que vuelan para escapar del fuego. Tito Livio, una invasión devastadora en Capua en 203 a. C. vinculando, además, las epidemias humanas con esas plagas y el hedor de los cadáveres putrefactos. El vínculo de brotes de enfermedades con plagas de langostas fue generalizada en la antigüedad. El Corán también las refiere y se sabe que en la China del siglo IX a. C. existían “oficiales antilangostas” dentro de su estructura política. De hecho, una gran peste en las provincias del noroeste de China en el 311 d. C. – que mató al 98% de la población local- se atribuyó a las langostas. Seguramente por todo ello, en los Bestiarios Medievales son símbolo de destrucción y devastación; también simbolizan tormento espiritual, indecisión y ruina.


Esta calamidad considerada como “letal” en la historia sirve de inspiración y fuente en la obra de Vollmer que exponemos, no solo en su concepto sino en su producción misma. En el universo de los artrópodos todo está ordenado y dividido cronológicamente desde la oviposición, seguido por la fecundación y crecimiento de la larva o ninfa, los futuros cambios y transformaciones fenotípicas de los insectos. Este proceso ordenado asemeja el orden metódico – casi obsesivo- de la producción de las obras de esta serie donde la artista primero dibuja de modo preciso y detallado, luego elabora chocolates artesanales, cuenta semillas, diseña, envuelve, pega y ordena cajitas numeradas con esmero. El resultado final del proceso biológico es el insecto adulto capaz de continuar el ciclo ecológico de su especie y, en el caso de la producción de estas obras, una instalación intrigante que busca movilizar al espectador partícipe.


La artista hace presente una acertada y elocuente idea: vincular la plaga de las langostas con el canibalismo económico de algunas prácticas financieras propias del capitalismo tardío. Por otra parte, La Plaga no puede dejar de leerse como anticipatoria de la pandemia que invade aún la cotidianidad en todo el mundo.


Ciertamente, nuestro siglo no ha podido presenciar el exterminio de las plagas biológicas ni tampoco, la erradicación de las enfermedades infecciosas. Las primeras siguen teniendo aún profundas consecuencias en los recursos naturales y las segundas siguen impactando gravemente en la salud de la humanidad. La incidencia de ambas formas de plaga es, sin embargo, claramente asimétrica: las regiones más pobres del mundo concentran los mayores daños (la artista, de hecho, se concentra en la devastación de los campos en África). Todo esto contrasta con el optimismo de parte de las élites científicas y económicas que no tienen en cuenta otros aspectos. La globalización, la migración y la desaparición de fronteras hacen que las epidemias y las plagas generen daños irreparables.


Recordemos que las Naciones Unidas desde el 2005, ha dejado de utilizar la expresión “desastres naturales” ya que el término expresa la idea frecuentemente errónea de que los desastres que existen en la naturaleza son inevitables o que están fuera del control de los seres humanos. Por el contrario y cada vez más, “se reconoce en general que esos desastres son consecuencia de la forma en que las personas y las sociedades reaccionan ante las amenazas que se originan en los peligros de la naturaleza”. Es decir, que estos desastres están determinados por los niveles de vulnerabilidad de las sociedades, las medidas de preparación, prevención y mitigación: están determinados por la acción o inacción de los hombres.


Las grandes epidemias, expresa Camus en su últimamente muy recordado libro La Peste, son biológicas pero también son morales.


Estas obras de Vollmer nos hablan del hombre pero desde una suerte de entomología cultural. Indagan sobre el lazo entre lo humano y lo no humano, una reflexión que puede ser incómoda y fascinante a la vez, y que en el pensamiento contemporáneo se presenta como urgente. Citando a la artista, esto ocurre “mientras los científicos proclaman la era del Antropoceno, una época en la historia de la humanidad en la que nuestra especie se ha convertido en el factor más decisivo que está determinando el destino, el futuro y la sostenibilidad general de nuestro planeta azul.”


El corpus de obras de La Plaga nos deja rumiando, con el agridulce sabor de la responsabilidad que tenemos como humanidad ante los desafíos de un mundo pandémico y arrasado tanto por fuerzas naturales como también humanas (demasiado humanas).



Verónica Parselis

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